Sin afán religioso, el otro día escuchaba sobre lo que debió haber
sentido Noé cuando Dios le dijo que hiciera un arca y congregara a todas
las especies de animales y a los suyos porque vendría una gran
tempestad. De seguro, empezando por su esposa e hijos, fue el hazmerreír
de todos. Luego, al esperar tantos años, no dudo que él mismo haya
pensando que se había vuelto loco. Pero no, porque todo pasó tal se le
había dicho.
Su obediencia, capacidad para escuchar a la vida, Dios, la energía,
la fuente, el universo -como quieras llamar a eso superior que le habló—
es digna de admiración, así como es mínimo rendirle un aplauso de pie a
su Fe. Sí, esa que tantos decimos tener pero que si existiera un
aplicación para medirla, como se mide el porcentaje de pila del celular,
cuidado y la mayoría andaríamos en números rojos de la baja carga de Fe
que tenemos.
Muchas veces,
casi a diario, olvidamos que absolutamente no tenemos el control de nada
de lo que vinimos a aprender en nuestra experiencia humana. (Si lo
tuviéramos sería bastante aburrido de hecho, sería una vida sin emoción,
sin retos, sin aprendizaje). Pasamos aferrados tercamente a nuestra
voluntad. Sentimos, creemos y asumimos que lo que nosotros pensamos es
lo único que debe manifestarse en nuestras vidas; cuándo y cómo nosotros
deseamos.
La frustración,
que apuesto has sentido en algún grado y en uno, varios o muchos
momentos de tu vida, tal cual yo lo he vivido, es cuando las cosas no
salen de esa forma que planeamos y la vida te hace esperar o te lleva
por otro lado. No, bueno, hay que ver nuestras reacciones que varían
desde rayando en la desesperación, la tristeza, la congoja y la
depresión.
Pero, ¿quién
nos dijo que tenía que ser como nosotros decimos?, ¿en donde está el
papel firmado con tal sentencia y garantía? La única firma que Dios ha
puesto en nuestra vida es la de prestárnosla y la de haber depositado
deseos en nuestro corazón que es lo que Él desea que realicemos. Sí, es
su plan el que vinimos a realizar, no el nuestro.
El porqué la
mayoría de las personas experimentamos esa frustración por no recibir lo
que nosotros creemos que nos corresponde en todas las áreas — personal,
profesional, de relaciones, amistad y otras—, es muy simple: porque
hemos perdido la Fe.
Y no es que voy
a entrar en temas religiosos, que yo honestamente con la religión no me
llevo, pero sí con Dios o al menos algo superior a nosotros. La mayoría
nos decimos hombres de Fe, pero, la mayoría también lo somos de la boca
para afuera. Nuestro corazón está “pensando” terca e intensamente en
todos los deseos que nosotros mentalmente, por compararnos con los
demás, gracias a la influencia del marketing, por falta de auto
y otras situaciones, hemos creado. Ya no creemos en lo que deberíamos
de creer. Creemos en lo que creemos nos conviene.
Por ejemplo:
las relaciones de pareja son tan complicadas actualmente. En la época de
mis abuelos, casarse era “para toda la vida”. Te fuera como te fuera,
desarrollabas esa tolerancia y capacidad de siempre buscar una solución,
una salida para permanecer juntos. Yo no digo que deba ser así siempre y
que debas aguantar hasta la tumba situaciones que ya sabemos que es
mejor no alojar en nuestras vidas, pero tampoco creo que la opción sea
tomar una relación como si fuera una prenda de vestir, que quizás a la
primera o a la segunda puesta ya no nos gusta y la tiramos. Las personas
no encuentran una relación estable, en gran parte, por esa razón,
porque ahora tienen poca tolerancia hacia desarrollar un proyecto de
vida junto a alguien y todo lo que implica, tienen poca Fe o nada, en lo
que juntos son capaces de desarrollar, compartir, crear y avanzar. Y
pues sin Fe, no llegamos a ningún lado. No tienen Fe, porque no esperan
nada, entonces les da igual.
La Fe, además,
va más allá de las palabras, en consecuencia con las acciones. Todos
quieren una pareja y una relación de cuento de Disney donde fueron
felices para siempre, pero de decirlo no pasan y pues nada en la vida se
sostiene de palabras, sino de que de hechos.
Una gran
ausencia de Fe, la estelar después de la que no permite lograr o
consolidar una relación amorosa, es la en sí mismos. La gran mayoría de
las personas no logra las metas personales o profesionales que desea
alcanzar porque dicen tener Fe, si es que son conscientes de que hay que
tenerla, pero no la viven, no hacen nada por nutrirla y ser
consecuentes con y si ellos mismos no creen en ellos, ¿por qué los demás
habrían de creer?
Muchas personas
tienen carencias económicas por falta de Fe, así de simple. No se
asumen ni descansan en saber que una fuerza superior, les proveerá de
todo lo que necesitan. No tienen fe y desesperan. En vez de moverse en
fe y accionar en la búsqueda de esas puertas que significan un trabajo,
un salario mensual o ingresos extra, se dedican a lamentarse. Y vaya
que puedo dar fe, precisamente de esto: cuando en algún momento la
cuestión económica se puso cuesta arriba quizás algunos días salía al
trabajo sabiendo que no tenía dinero para la comida porque el que había
era para los pasajes, entonces, decidí no afanarme; bien decían que Dios
proveía y en efecto, esos días no faltaba quien me dijera: “toma mi
almuerzo porque voy a ir a comer afuera,” o alguien me invitaba a comer o
bien, mis padres me llamaban para decirme que me habían depositado tal
cantidad de dinero para que tuviera con qué comer. Yo tenía Fe, no me
angustiaba y todo se fue solucionando un día a la vez. Yo, en esa
situación decidí tener Fe.
A la Fe la
definen como: “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que
no se ve”. Y así es. La cosa es entender que para tener Fe, necesitamos
tener esperanza y la esperanza se crea con lo que se nos dice o se nos
promete. Por ejemplo: cuando un padre o una madre le dice a su hijo que
cuando acabe con toda la comida le dará el postre que tanto le gusta,
muchas veces el niño se desespera y sin acabar dice que ya terminó, que
no quiere más, que ya quiere el postre. Esos somos nosotros cuando nos
frustramos, queremos evadir el aprendizaje que la vida nos ofrece llegar
a donde deseamos y punto. Quisiéramos evitar nuestro recorrido de
aprendizaje y que nos llevaran en un helicóptero a la meta.
Pero cuando
esto sucede, el padre o la madre le hacen saber a su hijo que no, que
hasta que acabe con todo lo que hay en el plato, le darán el postre. Un
niño obediente acaba y cuando lo hace obtiene su recompensa, no se
desespera porque confía en la palabra de sus padres. Tiene Fe, basada en
la esperanzas de las palabras de sus progenitores. Mientras, nosotros
esperamos muchas veces que sucedan las cosas que deseamos y no las que
son parte de nuestro Plan Divino, por eso es que nos dedicamos al
berrinche al ver que nada sale como planeamos. Pero nadie nos dijo que
eso era para nosotros. De hecho muchas veces nos afanamos tanto que la
vida permite que lo obtengamos y cuidado y no se ha convertido eso tan
deseado en un tormento y en algo que terminamos sacando de nuestras
vidas... Como bien dicen: “Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus
planes.”
Ahí esta otro
detalle, debemos escuchar en nosotros qué es lo que se nos ha prometido,
cuales son esos postres que nuestro padre, que la vida, el universo,
nos promete, qué es lo que la vida quiere de nosotros para, sobre eso,
confiar, desarrollar la esperanza y saber que llueva, truene o
relampaguee, vamos a recibirlo. Eso es Fe y hace que tengamos una vida
plena, sin ansiedad, porque sabemos que vamos a recibir lo que
merecemos. Y porque vamos dando los pasos para lograrlo, pero porque
tenemos la confianza, la esperanza de que se nos ha prometido. Como no
hay duda, como lo sabemos aún cuando no lo hemos visto llegará a
nuestras manos, caminamos tranquilos.
Ahora bien,
¿cómo escucharte? Eso tú lo sabes mejor que nadie. Recuerdo que desde
niño yo tenía claras algunas situaciones que a través de las décadas la
vida me ha ido concediendo. Todavía tengo algunas pendientes, no todos
los deseos de mi corazón han sido concedidos y precisamente porque me
desespero y pierdo la Fe en ocasiones, porque soy tan humano como
cualquier otro, es que escribo este capítulo, porque quizás al igual que
tú, yo necesito recuperar, aumentar, trabajar y vivir en Fe.
Lo mejor es que
aunque digan que es malo mirar atrás y no tiene sentido, si lo hacemos,
nos damos cuenta, que después de todo, la vida, Dios, el universo, la
luz, la energía -como le llames—siempre nos termina dando eso que nos
prometió, que sentíamos que lograríamos; siempre logramos salir de
aquello que en su momento no sabíamos como íbamos a resolver. En
ocasiones, lo concedido hasta supera lo que pedimos.
Así, he
comprendido que aunque decretar, pensar y actuar positivamente es bueno,
todo lo que decretes, visualices, pienses y desees, debe ser sobre algo
prometido, que tú sientes que la vida te entregará, porque por ejemplo,
por más que yo decrete, visualice y haga todo positivamente para decir
que voy a sacar un disco, que cuando salga será un hit en
ventas y que haré un concierto al lado de Beyoncé, U2 y Madonna, tengo
claro que no va a ser, —no porque yo sea negativo y no crea en mí—sino
porque ese talento no se me dio, pero tengo otras capacidades que me
hacen único, como tú las tienes también. Así que es bueno tener claro
sobre qué vamos a tener Fe y no olvidar de dónde proviene, de donde
brota nuestra esperanza. Recuerda que difícilmente podemos tener Fe si
todo lo queremos a nuestro modo. Si no sueltas, no recibirás, hasta que
sueltes el afán porque las situaciones sean como tú dices o crees que
deben de ser.
Es maravilloso
entender esto porque si estás dispuesto a escuchar y recibir mensajes,
estos te empiezan a llegar. Simplemente pídelos y abrirás un libro y te
asombrarás cómo te dice algo relacionado con eso que deseas;
inesperadamente alguien te hará un comentario sobre el tema; verás una
película que habla de eso que anhelas, te encontrarás con alguna
publicidad al respecto o escucharás una canción que deja claro algo
sobre eso que deseas. Claro, insisto, si es que se trata de un deseo que
fue depositado en tu corazón al venir a esta experiencia humana y no
simplemente de un capricho que tienes. Tú sabes bien cómo diferenciar,
porque podrás engañar a los demás pero no a ti mismo.
El otro día
leía algo hermoso. “Dame, Señor; lo que tú sabes me conviene y yo no sé
pedir”. Empieza por ahí, por tener la humildad de saber que no es lo
que tú digas, sino lo que la vida tenga para ti. Enfocarnos y aferrarnos
a que debe ser lo que nosotros deseamos solamente nos hará que pasemos
momentos de desesperación en medio de nuestro berrinche, que no es más
que una elección propia, como todo en la vida.
¿Cuántas
personas han enfrentado un diagnóstico médico nada alentador, pero con
Fe en sus corazones, sabiendo desde lo más profundo de su ser que
todavía no les toca abandonar esta tierra se recuperan? Simplemente,
alimentan la esperanza de lo que saben, lo que sienten, en cierto modo
es una certeza de que todo estará mejor y lo logran, porque lo que pides
se te concede. Pero si pides bien. NO veo a todos pidiendo un Ferrari
afuera de sus casas y cuidado y la vida te sorprende hasta con un auto
mejor.
Lo cierto es
que como reza el dicho: “La fe mueve montañas, pero es más fácil mover
una montaña de tierra que mover una montaña dentro del corazón”. Escucha
tu corazón, depende de ti, deja los ruidos externos, todo lo que digan y
opinen los demás y déjate llevar por el mundo de la mano de la Fe.
Yo no te digo
que pierdas la ambición en lo que deseas, solamente que sepas a dónde
enfocar tus energías y que no las pierdas en situaciones que no puedes
controlar, y que si confías y tienes Fe se te van a dar, la vida te va a
ser más placentera.
En vez de
desgastarte por tratar de convencer a Dios y a todos los demás de querer
hacer las cosas a tu manera, convéncete que en tu vida todo está
trazado y si te afanas en algo que sea por escuchar, entender y llevar a
cabo eso que la vida, Dios, el Universo, desean para ti. Es más fácil
que desgastarte queriendo cambiar al mundo y frustrándote porque las
cosas no salen a tu manera.
Recuerda que la
desesperación dice “¡corre, haz algo!”; la angustia dice “¡dalo todo
por vencido!”; pero la Fe dice “¡espera y confía!”. Convierte tus
temores en gozo ¡y aprende a tener fe!
¡Y recuerda: a sonreír, agradecer y abrazar la vida!