sábado, 29 de octubre de 2016




TEÍSMO
DC


SUMARIO: I. Sentido y alcance del teísmo.—II. Formas de teísmo.


En términos generales el teísmo significa la creencia en el Dios viviente, que interviene en el curso del mundo y en la vida humana. En este sentido amplio, se dan rasgos teístas en la mayoría de las religiones: en las politeístas, en cuanto que los muchos dioses intervienen en mayor o menor grado en la vida humana; en las religiones de signo panteísta o monista, en la medida en que preconizan una unión íntima entre el hombre y la divinidad; en las religiones monoteístas sobre todo, por relación a las cuales el teísmo adquiere su significado específico.


I. Sentido y alcance del teísmo

El concepto de teísmo se va elaborando en la época moderna como consecuencia de tener que pensar de nuevo la idea de Dios en contraste con dos fenómenos históricos: por una parte, el desarrollo de las ciencias de la naturaleza, que parecen no dejar lugar para Dios, al menos concebido al modo tradicional; por otra parte, la presencia de otras concepciones, como el panteísmo y el deísmo, que intentaban precisamente dar respuesta al reto que suponía esa nueva visión del mundo, regido por leyes necesarias. Sin embargo, el contenido del teísmo se configura y se consolida a lo largo del pensamiento medieval. Dios en efecto es, según ese pensamiento y también según lo que se conoce como teísmo, absolutamente perfecto, autoconsciente y libre; transciende por completo la realidad mundana y, por otra parte, la ha creado de la nada, la conserva en el ser y la determina en su actividad. Es decir, el teísmo, a la vez que intenta pensar el ser de Dios en sí mismo, lo concibe por relación al mundo, de una forma que puede parecer paradójica, puesto que le considera al mismo tiempo como absolutamente transcendente y como infinitamente inmanente. Esto, que no es nuevo, se acentúa ahora de manera especial, debido a que el teísmo se tiene que abrir paso entre dos corrientes extremas, de cuyos escollos se tiene que librar a la vez que se ve precisado a tomar de ellas aspectos legítimos, habida cuenta de la concepción general de la época.

Por una parte, el teísmo se distingue del panteísmo, en cuanto que afirma una diferencia radical entre Dios y el mundo, pero coincide con él en rechazar el dualismo y retrotraer todas las cosas a un único principio. Ciertamente, este principio crea libremente el mundo, según el teísmo, pero al mismo tiempo la presencia de Dios en las cosas les es más íntima que su propio ser, lo que hace que bajo este aspecto al teísmo no le resulte tan fácil y tan obvio distinguirse del panteísmo, sobre todo si se tiene en cuenta que el ser y la acción de Dios son absolutamente idénticas. Por lo demás, el éxito del teísmo frente al panteísmo fue sólo relativo. A finales del siglo XVIII tuvo lugar en Alemania la llamada «controversia del panteísmo» (Pantheismusstreit), entre Mendelssohn y Jacobi sobre todo, que ponía de manifiesto el arraigo que habían llegado a adquirir las convicciones panteístas, a la vez que presagiaba el empuje que iban a tener a lo largo del siglo XIX.

Por otra parte, frente al deísmo, el teísmo tenía no sólo que afirmar la presencia real e inmediata de Dios en las cosas, sino elaborar un concepto de transcendencia distinto. Las diferencias respecto del deísmo son claras a primera vista y podrían resumirse en las siguientes: a) Dios no sólo crea el mundo, sino que lo conserva; b) coopera con las criaturas como causa principal; c) puede intervenir de modo extraordinario en el acontecer del mundo; d) puede revelarse, y se ha revelado de hecho, al hombre libremente. En realidad va a ser ésta la diferencia fundamental. Frente a la religión natural o racional, es decir, frente a una religión que es expresión de capacidades, aspiraciones y necesidades meramente humanas, el teísmo, que nace en realidad como concepción filosófica, se inspira en el Dios de la teología, es decir, en un Dios que siendo transcendente, es a un tiempo misterio y donación gratuita. Lo cual supone que el concepto de transcendencia es distinto del elaborado por el deísmo, pues no se trata de un ser supremo, absolutamente lejano, sino de que Dios, a la vez que es esencialmente diferente, está presente en un grado de infinita, no superable intimidad.

Teísmo y deísmo forman al principio una única corriente, cuya pretensión fundamental es depurar y salvaguardar un concepto de Dios que sea compatible con la regularidad y necesidad de los fenómenos expuestos por la ciencia moderna. Esa corriente se va a bifurcar en dos direcciones que terminan siendo incompatibles. Sin embargo, el teísmo sigue teniendo la pretensión de elaborar un concepto de Dios no sólo compatible y coherente con el desarrollo de la ciencia, sino exigido por ella. De ahí que tenga desde el comienzo una doble característica que va a intentar mantener: compatibilizar concepciones diferentes y simplificar la doctrina en lo posible. Así, en la obra de R. Cudworth, The true intellectual System of the Universe, de 1678, en cuyo Prólogo aparece por vez primera el término «teísmo», y que se puede considerar como acto fundacional de esta corriente, se pretende de un lado conciliar la visión neoplatónica, cultivada por la Escuela de Cambridge, con el cristianismo, y de otro, reducir los contenidos a lo esencial. El resultado son estas tres formulaciones programáticas: 1) todo ente está sometido a un gobernador supremo y omnipotente, esencialmente justo; 2) la diferenciaentre bien y mal está en la naturaleza de las cosas; 3) la libertad del hombre fundamenta su responsabilidad. Además de las dos características mencionadas se percibe en el lenguaje del teísmo inicial un optimismo propio de la atmósfera racionalista de la época, como se echa de ver también en el joven A. Shaftesbury (1671-1713). En oposición al teísmo, que se caracteriza por la negación de un principio espiritual providente y por la creencia en el azar, «ser un perfecto teísta significa creer que cada cosa está gobernada, ordenada o regulada de acuerdo con lo mejor por un principio o por una inteligencia, buena y eterna» (An Enquiry concerning Virtue or Merit, London 1699, p. 7). Shaftesbury es por lo demás una muestra de la ambigüedad que acompaña al teísmo, sobre todo en su primera etapa. Elabora, por una parte, la posibilidad de un comportamiento ético independiente de la revelación y de toda expectativa de recompensa o castigo en el más allá, pero al mismo tiempo entiende que «un cristiano auténtico» tiene que ser «un buen teísta». Ahora bien, el cristianismo es una de las grandes religiones monoteístas reveladas. De hecho el teísmo, que nace como un movimiento que pretende ser estrictamente filosófico, terminará decantándose hacia posiciones teológicas, hasta identificarse relativamente con el monoteísmo cristiano, bien que extractando de él contenidos que pueden considerarse propios de una teología natural.

De suyo, sin embargo, las diferencias entre teísmo y monoteísmo son manifiestas. Se pueden reducir a las tres siguientes: a) en primer lugar, la noción de teísmo no implica la unidad yunicidad de Dios, como enseña el monoteísmo, sino que la divinidad, única o múltiple, posea carácter personal, influya directamente en la naturaleza y en la historia y tenga, no obstante su diferencia esencial con el hombre, algún tipo de unión con él. b) Más importante es la segunda diferencia consistente en que, mientras el monoteísmo de las grandes religiones se funda en la revelación, el teísmo surge con la pretensión de ser estrictamente filosófico, es decir, de fundamentarse en la razón humana. c) Muy digna de destacar por último es otra diferencia, que es de suyo histórica, pero que afecta a la índole de estas concepciones. El teísmo es un fenómeno moderno y nace en un medio que es tanto cristiano como raciónalista. Lo que hace, por lo que se refiere a sus contenidos, es extractar, sistematizar y legitimar —cabría decir, racionalizar relativamente— un contenido fundamental previamente dado por el cristianismo. El monoteísmo por el contrario es muy antiguo y nace —trátese del monoteísmo judío, cristiano o mahometano— en oposición al politeísmo y, en el caso del monoteísmo cristiano y del mahometano, en oposición a una concepción religiosa que siendo auténtica y pura en sus orígines, es considerada como infiel a ellos y por consiguiente como carente de legitimidad. Ello confiere al monoteísmo unos rasgos no fácilmente identificables en el teísmo, como son, si se toma el monoteísmo judío como caso paradigmático, el enfrentamiento a todo tipo de politeísmo y de idolatría, la afirmación de Dios como radicalmente distinto de la naturaleza y como Señor de la vida y de la muerte, así como la creencia de que la salvación viene exclusivamente de Dios y de que la comunidad o el pueblo creyente está con Él en una relación de dependencia esencial a la vez que de intensa familiaridad.

Estas diferencias habría sin duda que matizarlas y corregirlas, puesto que por una parte el teísmo es de hecho monoteísta desde el primer momento, se inspira, en cuanto a los contenidos, en la religión revelada y se inclina más y más hacia el Dios viviente de la fe religiosa, y por otra parte hay un monoteísmo filosófico, que surge también en actitud decididamente polémica contra el politeísmo, como ocurre en los comienzos de la filosofía, además de que el monoteísmo va a ser legitimado teológicamente mediante una conceptualización filosófica muy refinada a partir de Platón y Aristóteles sobre todo.


II. Tres formas de teísmo

De conformidad con lo expuesto hasta ahora es posible demarcar tres formas de teísmo, el filosófico, el religioso y el cristiano, del modo siguiente: el teísmo filosófico intenta legitimarse desde la razón, no desde la revelación, y estructura su doctrina en torno a contenidos básicos que adquieren diferentes matices, pero que incluyen en todo caso estos dos aspectos: a) la creencia en un Dios personal y libre, creador y gobernador del mundo; b) posibilidad de, supuesta tal creeencia, conferir sentido a la vida mediante el seguimiento de normas éticas racionales, coherentes con las creencias religiosas. Con el tiempo, el teísmo filosófico va a adquirir un significado prioritariamente ético, debido sobre todo a la influencia de Kant. El teísmo religioso presupone por lo general, aunque no siempre ni necesariamente, la revelación, y se configura por consiguiente desde la convicción de que Dios ha hablado y comunica sus dones. A partir de aquí el teísmo religioso encuentra su expresión más propia en la intensificación del sentimiento de religación a Dios y de las vivencias correspondientes de dependencia por una parte y de unión con la divinidad por otra. El teísmo cristiano asume las dos anteriores en cuanto que afirma tanto que los contenidos de la verdadera religión, siendo sobrenaturales, están sin embargo en armonía con la razón, como que estos contenidos se actualizan en el hombre, muy especialmente mediante la voluntad y el sentimiento. Pero el teísmo cristiano tiene rasgos específicos como son, en primer lugar, la conciencia del pecado y de la consiguiente necesidad de redención —la mayor o menor acentuación de este aspecto señala una de las diferencias entre las dos confesiones, la católica y la protestante—; en segundo lugar, la confianza en la gracia como principio posibilitador de que la acción humana sea espontáneamente conforme a la voluntad de Dios; en tercer lugar, la creencia en Cristo como manifestación suprema y absoluta del Padre y como principio, junto con El, de la acción del Espíritu. Con lo cual, el teísmo cristiano es esencialmente trinitario, como se verá más adelante.

El teísmo se relaciona negativamente con el ateísmo y con el agnosticismo, muy especialmente con el primero. El teísmo nace, en efecto, para salvaguardar la creencia en Dios en un momento en que la presunta autonomía de la razón parecía convertir la existencia de Dios en inútil, si no en imposible. Bajo este aspecto la cuestión está resuelta de antemano, en el sentido de que se trata de modos de pensar, eventualmente también de obrar, incompatibles. Pero en los últimos decenios sobre todo se han puesto en juego varios puntos de vista que cuestionan una demarcación tan nítida. En primer lugar, bajo un punto de vista más bien práctico y en la línea de un pensamiento marxista se ha hecho valer que la religión en general, si no es alienante por principio, presenta al menos dimensiones que dificultan la libertad o su ejercicio. En ese sentido, si no el ateísmo como tal, al menos la crítica atea estaría parcialmente justificada. En segundo lugar, el ateísmo estaría igualmente justificado en el sentido de que no afecta propiamente a la existencia de Dios ni tampoco a su cognoscibilidad, sino a un determinado concepto de Dios, cuestionable como cualquier otro, mucho más en este caso, puesto que todo concepto es no sólo insuficiente sino inadecuado para expresar una realidad infinita y absolutamente perfecta como es la divina. En tercer lugar, el fenómeno del ateísmo va unido a la existencia de profundos cambios históricos, que tienen lugar sobre todo en la época moderna, y en cuya iniciación el hombre se siente protagonista de todo un nuevo modo de pensar, sentir y obrar, sin que le sea consciente la profunda finitud en que está inmerso constitutivamente, y cuya percepción es correlativa a la apertura a lo transcendente como tal. Si el hombre no se siente finito y limitado,difícilmente se hará eco de la presencia de lo infinito.

El fenómeno del ateísmo tiene que ver también, por otra parte, con etapas que colectividades enteras viven expuestas a una realidad que les resulta enteramente opaca, si no absurda, nada transparente por tanto para el acceso a lo divino; o bien el ateísmo resulta más bien de estados de ánimo individuales que dificultan al máximo la percepción de cualquier realidad que exceda el ámbito de los intereses materiales. En definitiva, son aspectos que no sólo explican que se dé el ateísmo, al margen de que éste tiene además este o aquel carácter específico, sino que en la misma medida hace ver la endeblez de la construcción teísta, sobre todo bajo el punto de vista estrictamente conceptual. De ahí que sobre todo en este siglo se haya desarrollado un antiteísmo más o menos intenso, en cuanto que la afirmación inequívoca y hasta contundente de Dios puede ir acompañada —de hecho lo está en muchas ocasiones—de un modo de actuar que es en realidad negador de Dios, en tanto que por el contrario, una actitud atea puede entrañar de hecho un implícito reconocimiento de Dios, en cuanto que acepta la vigencia de realidades absolutas de signo positivo, y sobre todo en cuanto que su comportamiento ético se atiene a normas que remiten de por sí a un fundamento incondicionado.

El teísmo, que en sus orígenes fue un intento de salvar lo esencial, ha terminado siendo problemático por un exceso de conceptualización. Sus puntos frágiles han quedado una y otra vez de manifiesto no sólo por la persistencia del ateísmo, al que no ha podido contrarrestar, sino por la reiterada aparición de otro fenómeno muy típico de la época moderna, el agnosticismo. Entendido como la doctrina según la cual lo que transciende el ámbito de la experiencia no es cognoscible, el agnosticismo no es aceptable para el teísmo y ha sido rechazado por él una y otra vez, tanto más cuanto que el teísmo se ha caracterizado desde el comienzo como una corriente que hace valer el concepto en el lenguaje sobre lo divino. Pero por otra parte el agnosticismo representa una dimensión de la forma como el hombre moderno se relaciona con el misterio. Se ha tomado conciencia, en efecto, de que todas las conceptualizaciones, tanto las racionales como las estrictamente teológicas, se revelan como inadecuadas en contraste y en relación con la realidad transcendente que pretenden expresar. Ello no significa que se recaiga necesariamente en el relativismo, sino que el lenguaje se imponga la tarea de revisar críticamente sus posibilidades de forma que, previa conciencia de sus limitaciones, a través de él se transparente el misterio. Fr. Luis de León fue sin duda en su época un ejemplo de lo que puede ser ese tipo de lenguaje.

Tanto el antiteísmo como el agnosticismo ponen de manifiesto, por distintas vías, la insuficiencia de un teísmo conceptual, sea filosófico' o teológico, y la exigencia de un teísmo que haga patente la presencia de Dios vivo, de un teísmo trinitario por tanto. La razón de que sea así es que si el teísmo significa la creencia en un Dios personal que se hace presente, no de cualquier manera, sino tal como es en sí en el mundo y sobre todo en el hombre, será precisoentender esa presencia en el grado de la máxima intensidad, es decir como absoluta comunicación de Dios mismo, que no toma al hombre como simple lugar de su manifestación sino que lo dignifica infinitamente mediante el despliegue en él de su propia vida, que es Padre, Hijo y Espíritu. La polémica radical contra el teísmo, bata el punto de haberse llegado a constituir una especie de antiteísmo militante, tendría así como sentido la búsqueda de un teísmo auténtico, aunque ello no siempre ocurra de manera consciente. En todo caso esto no debiera inducir a pensar que las motivaciones del teísmo inicial se diluyen hasta perder toda vigencia. Si el exceso de conceptualización se ha vuelto problemático, queda sin embargo el postulado de racionalidad, que se opone a que en la religión tengan lugar la milagrería, la superstición o el fanatismo, a la vez que fomenta el compromiso en favor de una vida digna de ser vivida.

[-.> Agnosticismo; Ateísmo; Autodonación; Deísmo; Dualismo; Espíritu Santo; Filosofía; Gracia; Jesucristo; Misterio; Monoteísmo; Padre; Panteísmo; Politeísmo; Religión, religiones; Revelación; Salvación; Teología y economía.]

Mariano Álvarez Gómez
¿Qué dice la Biblia acerca de la paciencia?

Respuesta:
Margaret Thatcher dijo una vez, “Soy extraordinariamente paciente, con tal que al final me salga con la mía.” Cuando todo sale a nuestra manera, es fácil mostrar paciencia. La verdadera prueba de paciencia, viene cuando nuestros derechos son violados; cuando los autos sport se nos cierran en el tráfico; cuando un grupo de muchachos adolescentes están acaparando las canchas de tenis; cuando nuestro compañero de trabajo se burla de nuestra fe – de nuevo. Algunas personas piensan que tienen el derecho de enojarse ante las pruebas y aquello que les irrita. La impaciencia parece como una ira santa. Sin embargo, la Biblia alaba la paciencia como un fruto del Espíritu (Gálatas 5:22) el cual debe ser producido por todos los hombres (1 Tesalonicenses 5:14). La paciencia revela nuestra fe en los planes, la omnipotencia y el amor de Dios.

Aunque la mayoría de la gente considera que la paciencia es una espera pasiva o una gentil tolerancia, casi todas las palabras griegas traducidas como “paciencia” en el Nuevo Testamento son palabras dinámicas y activas. Considera por ejemplo Hebreos 12:1: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” ¿Corre uno una carrera esperando pasivamente los empujones para retrasarnos, o tolerando gentilmente a los tramposos? ¡Por supuesto que no! La palabra traducida como paciencia en este verso, significa permanencia. Un cristiano corre la carrera pacientemente, mediante la perseverancia a través de las dificultades, ante la expectativa del cielo. En la Biblia, la paciencia es la perseverancia hacia una meta, perseverancia ante las pruebas, o una expectante espera por el cumplimiento de una promesa.

Claramente, la paciencia no se desarrolla de la noche a la mañana en la vida de un creyente. El poder de Dios y la bondad son cruciales para el desarrollo de la paciencia en Sus hijos. Colosenses 1:11 nos dice que somos fortalecidos por Él para “toda paciencia y longanimidad,” mientras que Santiago 1:3-4 nos anima a saber que las pruebas son Su manera de perfeccionar nuestra paciencia. Nuestra paciencia se desarrolla y fortalece más, resistiendo de acuerdo a los perfectos tiempos y voluntad de Dios, aún ante el hombre malvado que “prospera en su camino.” (Salmos 37:7). A última instancia, al final, nuestra paciencia será recompensada. “. . .tened paciencia hasta la venida del Señor.” (Santiago 5:7-8). “Bueno es JEHOVÁ a los que en Él esperan, al alma que le busca.” (Lamentaciones 3:25).

Vemos en la Biblia muchos ejemplos de aquellos caracterizados por la paciencia en su caminar con Dios. Santiago nos señala a los profetas: “Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en Nombre del Señor.” (Santiago 5:10). Él también se refiere a Job, cuya perseverancia fue recompensada por lo que “. . . el Señor es muy misericordioso y compasivo.” (Santiago 5:11). También Abraham, esperó pacientemente y “… alcanzó la promesa” (Hebreos 6:15). Así como Jesús es nuestro modelo en todas las cosas, así también Él demostró una perseverante paciencia. “…el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” (Hebreos 12:2).

¿Cómo demostramos que la paciencia es una característica de nuestras vidas en Cristo? Primero, dando gracias a Dios. Usualmente, la primer reacción de una persona es “¿Por qué a mí?,” pero la Biblia dice que nos regocijemos en la voluntad de Dios (Filipenses 4:4; 1 Pedro 1:6). Segundo, buscando Sus propósitos. Algunas veces, Dios nos pone en situaciones difíciles con el fin de testificar. Otras veces, Él puede permitir una prueba para la santificación del carácter. El recordar que Su propósito es para nuestro crecimiento y Su gloria, nos ayudará en la prueba. Tercero, recordando Sus promesas, tales como la de Romanos 8:28 que nos dice que “…todas las cosas les ayudan a bien, esto es a los que conforme a su propósito son llamados.” Ese “todas las cosas” incluye las cosas que prueban nuestra paciencia.

La próxima vez que te encuentres en un embotellamiento de tráfico, seas traicionado por un amigo, o ridiculizado por tu testimonio, ¿cómo responderás? La respuesta natural es impaciencia, la cual conduce al estrés, enojo y frustración. Gracias a Dios, los cristianos ya no estamos bajo el dominio de una “respuesta natural,” porque tenemos una nueva naturaleza – la naturaleza de Cristo Mismo (2 Corintios 5:17). En vez de eso, tenemos la fortaleza del Señor para responder con paciencia y en completa confianza del poder y los propósitos del Padre. “Vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad.” (Romanos 2:7).

viernes, 28 de octubre de 2016

Cómo sentir paz en este mundo lleno de problemas
HOY día son muy pocas las personas que disfrutan de una vida tranquila. Muchas viven en zonas donde las guerras, los disturbios políticos, la violencia étnica y el terrorismo son cosa de todos los días. En otros casos, lo que perturba la paz son los delitos, las actitudes hostiles y los problemas en el trabajo o entre vecinos. Y por si fuera poco, es muy común ver que muchos hogares, en lugar de ser remansos de paz, son verdaderos campos de batalla.
En vista de esto, hay quienes se concentran en hallar paz interior y, por eso, recurren a la religión, asisten a seminarios de meditación o hacen yoga. Otros creen poder encontrarla en la naturaleza, por lo que deciden pasar sus vacaciones en centros terapéuticos de aguas termales o practicando excursionismo. Sin embargo, muchos de ellos no tardan en darse cuenta de que la paz que han encontrado es meramente pasajera.
Entonces, ¿dónde podemos hallar verdadera paz? La Biblia indica que esta proviene de nuestro Creador, pues lo llama “el Dios que da paz” (Romanos 15:33). Además, se muestra que muy pronto todos disfrutaremos de “abundancia de paz” cuando el Reino de Dios gobierne la Tierra (Salmo 72:7; Mateo 6:9, 10). No será una paz efímera, como la que se obtiene con la mayoría de los acuerdos de paz, sino que tendrá un carácter permanente: Jehová Dios eliminará de raíz los sentimientos y actitudes que causan las guerras y los conflictos. Nadie volverá a participar jamás en una guerra (Salmo 46:8, 9). ¡Al fin viviremos en paz!
Sin duda, nos anima conocer esta maravillosa perspectiva para el futuro, pero ¿verdad que también nos gustaría disfrutar de un poco de paz ahora? ¿Habrá alguna forma de tener paz interior en estos tiempos tan difíciles? La Biblia nos asegura que sí. De hecho, en la carta a los Filipenses, capítulo 4, versículos 4 a 13, nos dice cómo hallarla. ¿Por qué no lee estas palabras del apóstol Pablo en su propia Biblia?
“La paz de Dios”
En el versículo 7 leemos: “La paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales mediante Cristo Jesús”. Como esta paz proviene de Dios, nadie la puede alcanzar por sí mismo meditando o tratando de mejorar su personalidad. Además, es tan poderosa que “supera a todo pensamiento”. En otras palabras, se impone sobre nuestros temores e inquietudes, que muchas veces se deben a una visión limitada o errónea de las cosas. Incluso cuando no vemos la salida a nuestros problemas, la paz de Dios puede darnos tranquilidad, pues tenemos plena confianza en la promesa bíblica de que pronto desaparecerán todas nuestras dificultades.
Claro, el único que puede brindarnos una paz como esta es Dios, ya que para él, “todas las cosas son posibles” (Marcos 10:27). Además, la fe y confianza que tenemos en Dios evitará que nos preocupemos en exceso. Piense, por ejemplo, en un niño que está perdido en el supermercado. Como confía en que su mamá lo va a buscar, no se desespera. Sabe que cuando lo encuentre, lo tomará en sus brazos, y todo volverá a la normalidad. Igualmente, nosotros tampoco nos desesperamos, pues sabemos que siempre podremos contar con la protección y el cuidado amoroso de Jehová.
Muchos cristianos han visto que la paz de Dios los ha ayudado aun en las situaciones más difíciles. Ese fue el caso de Nadine, quien sufrió un aborto. Ella nos cuenta: “Me resulta muy difícil expresar mis sentimientos y siempre trato de dar la impresión de que todo está bien. Pero tengo que admitir que perder a mi bebé fue un golpe terrible. Casi todos los días le abría mi corazón a Jehová suplicándole ayuda. Y he visto la respuesta a mis oraciones, pues cuando creía que ya no podría soportarlo más, entonces me invadía una gran paz que me hacía sentir segura y tranquila”.
Nos protege el corazón y la mente
Volvamos a Filipenses 4:7. Allí se dice que la paz de Dios guardará nuestro corazón y nuestra mente. Dicho de otro modo, la paz de Dios actúa como un guardián: nos protege, entre otras cosas, contra las preocupaciones innecesarias provocadas por la búsqueda incesante de bienes materiales. Veamos un ejemplo.
Hoy día mucha gente piensa que para alcanzar la felicidad es necesario tener mucho dinero. Por eso, siguiendo las recomendaciones de los expertos en finanzas, algunos invierten parte de sus ahorros en el mercado de valores. ¿Se sienten más tranquilos y seguros a partir de ese momento? No siempre, pues muchos viven pendientes de los cambios en el precio de las acciones para saber si les conviene vender o comprar. Y a esto se suma la angustia que sufren cada vez que hay una caída de los precios. Aunque la Biblia obviamente no condena que invirtamos nuestro dinero, sí nos da esta advertencia: “Un simple amador de la plata no estará satisfecho con plata, ni ningún amador de la riqueza con los ingresos. Esto también es vanidad. Dulce es el sueño del que rinde servicio, sin importar que sea poco o mucho lo que coma; pero la abundancia que pertenece al rico no le permite dormir” (Eclesiastés 5:10, 12).
Filipenses 4:7 concluye diciendo que la paz de Dios nos protegerá “mediante Cristo Jesús”. Ahora bien, ¿qué relación hay entre Cristo y la paz de Dios? Jesús desempeña un papel fundamental en el cumplimiento de los propósitos de Dios. Él dio su vida para liberarnos del pecado y la muerte (Juan 3:16). Además, hoy ocupa la posición de Rey del Reino de Dios. Al comprender todo esto, nuestra mente y nuestro corazón se llenan de paz. ¿De qué manera?
Para empezar, nos sentimos más tranquilos al saber que, gracias al sacrificio de Jesús, Dios perdonará nuestros pecados si estamos sinceramente arrepentidos (Hechos 3:19). Y puesto que comprendemos que solo disfrutaremos completamente de la vida cuando Cristo gobierne sobre la humanidad, no llevamos una vida frenética y desesperada como mucha gente (1 Timoteo 6:19). Nada de esto impide que hoy tengamos problemas, pero, sin duda alguna, nos consuela saber que lo mejor está por venir.
Cómo conseguir la paz de Dios
En Filipenses 4:4, 5, la Biblia nos dice cómo obtenerla: “Siempre regocíjense en el Señor. Una vez más diré: ¡Regocíjense! Llegue a ser conocido de todos los hombres lo razonables que son ustedes. El Señor está cerca”. Pablo escribió estas palabras mientras estaba injustamente encarcelado en Roma (Filipenses 1:13). En lugar de lamentarse por su situación, animó a sus hermanos cristianos a ‘regocijarse en el Señor’, como de seguro él también lo hacía. Así indicó que su felicidad no dependía de las circunstancias, sino de su relación con Dios. Igualmente, prescindiendo de los problemas que tengamos, cualquiera de nosotros puede aprender a disfrutar del servicio a Dios. ¿Cómo? Esforzándose por conocer mejor a Jehová y por hacer su voluntad. De este modo, tendrá una vida más feliz y tranquila.
Pablo también anima a los cristianos a ser razonables. Esto implica no esperar demasiado de uno mismo. Debemos entender que no somos perfectos y que es imposible ser los mejores en todo. Así pues, ¿para qué perder horas de sueño tratando de sobresalir? Tampoco esperaremos perfección de las personas con quienes tratamos. Como resultado, mantendremos la calma cuando alguien haga algo que nos moleste. Es interesante que la palabra griega que se vierte “razonables” también se traduce “dispuestos a ceder”. Si somos flexibles y cedemos en cuestiones de preferencia personal, evitaremos entrar en polémicas, que lo único que hacen es perturbar nuestra paz y la de los demás.
El versículo 5 concluye diciendo: “El Señor está cerca”. Tal vez parezca que dicha declaración está fuera de contexto, pero no es así. Por un lado, nos da la seguridad de que está muy cerca el día en que Dios elimine este mundo malvado y establezca su Reino en la Tierra. Y por otro, nos anima al garantizarnos que, aun hoy, él está cerca de todos los que lo buscan (Hechos 17:27; Santiago 4:8). Saber esto nos ayudará a seguir el consejo de Pablo de regocijarnos y ser razonables. Además, tal como recomienda el versículo 6, no nos inquietaremos demasiado ni por los problemas que tenemos ahora ni por el futuro.
Al leer los versículos 6 y 7, nos damos cuenta de que la paz de Dios es el resultado directo de la oración. Para algunos, la oración es simplemente una forma de meditación que les infunde tranquilidad. Sin embargo, la Biblia explica que, en realidad, es el medio que tenemos para comunicarnos con Dios. Esta es una comunicación real, tan estrecha como la que tiene un niño con su padre, a quien le cuenta sus penas y alegrías. ¡Qué tranquilizador es saber que ‘en todo podemos dar a conocer nuestras peticiones a Dios’! Así es, podemos expresarle a Jehová todo lo que llevamos dentro.
El versículo 8, a su vez, nos anima a concentrarnos en pensamientos positivos. Pero no basta con eso: como indica el versículo 9, también tenemos que poner en práctica los buenos consejos que da la Biblia. De este modo, disfrutaremos de la tranquilidad de tener una buena conciencia, pues como dice el refrán: La mejor almohada es la conciencia sana.
En efecto, todos podemos sentir paz interior, pues Jehová se la da a quienes lo buscan y siguen su guía. Claro está, antes hay que conocerlo, y eso solo se consigue examinando su Palabra, la Biblia. Y aunque seguir sus normas no siempre es fácil, el esfuerzo bien vale la pena. Si así lo hacemos, “el Dios de la paz estará con [nosotros]” (Filipenses 4:9).

jueves, 27 de octubre de 2016

¿Qué dice la Biblia acerca de los ángeles?
Los ángeles son seres espirituales, que tienen aspectos de inteligencia, emociones y voluntad. Esto es verdad en ambas clases de ángeles - buenos y malos. Los ángeles poseen inteligencia (Mateo 8:29;2 Corintios 11:31 Pedro 1:12), muestran emociones (Lucas 2:13Santiago 2:19Apocalipsis 12:7), y demuestran que tienen voluntad (Lucas 8:28-312 Timoteo 2:26Judas 6). Los ángeles son seres espirituales (Hebreos 1:14), sin un cuerpo físico real. El hecho de que no tienen cuerpos, no afecta el que tengan personalidades (no diferente a lo que es en Dios).

El conocimiento que poseen los ángeles está limitado, al hecho de ser seres creados. Esto significa que no son omniscientes como Dios (Mateo 24:36), aunque ellos sí parecen tener mayor conocimiento que los humanos. Esto puede deberse a tres causas (1) Los ángeles fueron creados como un orden superior de criaturas en el universo, a lo que son los humanos. Por eso, es innato en ellos el poseer un mayor conocimiento. (2) Los ángeles estudian la Biblia y el mundo más exhaustivamente que los humanos y obtienen conocimiento de ello. (Santiago 2:19Apocalipsis 12:12). (3) Los ángeles obtienen conocimiento a través de una larga observación de las actividades humanas. A diferencia de los humanos, los ángeles no tienen que estudiar el pasado; ellos ya lo han experimentado. Por eso saben cómo han actuado y reaccionado otros en situaciones, y pueden predecir con un alto grado de asertividad cómo podemos actuar en circunstancias similares.

Aunque tienen voluntad, los ángeles están, como todas las criaturas, sujetos a la voluntad de Dios. Los ángeles buenos son enviados por Dios para ayudar a los creyentes (Hebreos 1:14). He aquí algunas de las actividades que la Biblia acredita a los ángeles:

A. Alaban a Dios (Salmo 148:1,2Isaías 6:3)
B. Adoran a Dios (Hebreos 1:6Apocalipsis 5:8-13)
C. Se regocijan en lo que Dios hace (Job 38:6-7)
D. Sirven a Dios (Salmo 103:20Apocalipsis 22:9)
E. Se presentan delante de Dios (Job 1:62:1)
F. Son instrumentos de los juicios de Dios (Apocalipsis 7:18:2)
G. Traen respuestas a la oración (Hechos 12:5-10)
H. Ayudan a ganar a la gente para Cristo (Hechos 8:2610:3)
I. Observan el orden, trabajo y sufrimiento de los cristianos (1 Corintios 4:911:10Efesios 3:101 Pedro 1:12)
J. Animan en momentos de peligro (Hechos 27:23,24)
K. Cuidan de los justos al momento de su muerte (Lucas 16:22)
Los ángeles son de un orden enteramente diferente al de los seres humanos. Los seres humanos no se convierten en ángeles después de morir. Los ángeles nunca se convertirán, y nunca fueron seres humanos. Dios creó a los ángeles, tanto como a los humanos. En ninguna parte de la Biblia dice que los ángeles son creados a la imagen y semejanza de Dios, como lo son los humanos (Génesis 1:26). Los ángeles son seres espirituales que pueden, hasta cierto grado, tomar forma física. Los humanos son primariamente seres físicos, pero con un aspecto espiritual. La cosa más grande que podemos aprender de los ángeles, es su instantánea e incuestionable obediencia a los mandatos de Dios.