TEÍSMO
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SUMARIO: I. Sentido y alcance del teísmo.—II.
Formas de teísmo.
En términos generales el teísmo significa la
creencia en el Dios viviente, que interviene en el curso del mundo y en la vida
humana. En este sentido amplio, se dan rasgos teístas en la mayoría de las
religiones: en las politeístas, en cuanto que los muchos dioses intervienen en
mayor o menor grado en la vida humana; en las religiones de signo panteísta o
monista, en la medida en que preconizan una unión íntima entre el hombre y la
divinidad; en las religiones monoteístas sobre todo, por relación a las cuales
el teísmo adquiere su significado específico.
I. Sentido y alcance del teísmo
El concepto de teísmo se va elaborando en la época
moderna como consecuencia de tener que pensar de nuevo la idea de Dios en
contraste con dos fenómenos históricos: por una parte, el desarrollo de las
ciencias de la naturaleza, que parecen no dejar lugar para Dios, al menos
concebido al modo tradicional; por otra parte, la presencia de otras
concepciones, como el panteísmo y el deísmo, que intentaban precisamente dar
respuesta al reto que suponía esa nueva visión del mundo, regido por leyes
necesarias. Sin embargo, el contenido del teísmo se configura y se consolida a
lo largo del pensamiento medieval. Dios en efecto es, según ese pensamiento y
también según lo que se conoce como teísmo, absolutamente perfecto,
autoconsciente y libre; transciende por completo la realidad mundana y, por
otra parte, la ha creado de la nada, la conserva en el ser y la determina en su
actividad. Es decir, el teísmo, a la vez que intenta pensar el ser de Dios en
sí mismo, lo concibe por relación al mundo, de una forma que puede parecer
paradójica, puesto que le considera al mismo tiempo como absolutamente
transcendente y como infinitamente inmanente. Esto, que no es nuevo, se acentúa
ahora de manera especial, debido a que el teísmo se tiene que abrir paso entre
dos corrientes extremas, de cuyos escollos se tiene que librar a la vez que se
ve precisado a tomar de ellas aspectos legítimos, habida cuenta de la
concepción general de la época.
Por una parte, el teísmo se distingue del
panteísmo, en cuanto que afirma una diferencia radical entre Dios y el mundo,
pero coincide con él en rechazar el dualismo y retrotraer todas las cosas a un
único principio. Ciertamente, este principio crea libremente el mundo, según el
teísmo, pero al mismo tiempo la presencia de Dios en las cosas les es más
íntima que su propio ser, lo que hace que bajo este aspecto al teísmo no le
resulte tan fácil y tan obvio distinguirse del panteísmo, sobre todo si se
tiene en cuenta que el ser y la acción de Dios son absolutamente idénticas. Por
lo demás, el éxito del teísmo frente al panteísmo fue sólo relativo. A finales
del siglo XVIII tuvo lugar en Alemania la llamada «controversia del panteísmo»
(Pantheismusstreit), entre Mendelssohn y Jacobi sobre todo, que ponía de
manifiesto el arraigo que habían llegado a adquirir las convicciones
panteístas, a la vez que presagiaba el empuje que iban a tener a lo largo del
siglo XIX.
Por otra parte, frente al deísmo, el teísmo tenía
no sólo que afirmar la presencia real e inmediata de Dios en las cosas, sino
elaborar un concepto de transcendencia distinto. Las diferencias respecto del
deísmo son claras a primera vista y podrían resumirse en las siguientes: a)
Dios no sólo crea el mundo, sino que lo conserva; b) coopera con las criaturas
como causa principal; c) puede intervenir de modo extraordinario en el
acontecer del mundo; d) puede revelarse, y se ha revelado de hecho, al hombre
libremente. En realidad va a ser ésta la diferencia fundamental. Frente a la
religión natural o racional, es decir, frente a una religión que es expresión
de capacidades, aspiraciones y necesidades meramente humanas, el teísmo, que
nace en realidad como concepción filosófica, se inspira en el Dios de la
teología, es decir, en un Dios que siendo transcendente, es a un tiempo
misterio y donación gratuita. Lo cual supone que el concepto de transcendencia
es distinto del elaborado por el deísmo, pues no se trata de un ser supremo,
absolutamente lejano, sino de que Dios, a la vez que es esencialmente
diferente, está presente en un grado de infinita, no superable intimidad.
Teísmo y deísmo forman al principio una única
corriente, cuya pretensión fundamental es depurar y salvaguardar un concepto de
Dios que sea compatible con la regularidad y necesidad de los fenómenos
expuestos por la ciencia moderna. Esa corriente se va a bifurcar en dos
direcciones que terminan siendo incompatibles. Sin embargo, el teísmo sigue
teniendo la pretensión de elaborar un concepto de Dios no sólo compatible y
coherente con el desarrollo de la ciencia, sino exigido por ella. De ahí que
tenga desde el comienzo una doble característica que va a intentar mantener:
compatibilizar concepciones diferentes y simplificar la doctrina en lo posible.
Así, en la obra de R. Cudworth, The true intellectual System of the Universe,
de 1678, en cuyo Prólogo aparece por vez primera el término «teísmo», y que se
puede considerar como acto fundacional de esta corriente, se pretende de un
lado conciliar la visión neoplatónica, cultivada por la Escuela de Cambridge,
con el cristianismo, y de otro, reducir los contenidos a lo esencial. El
resultado son estas tres formulaciones programáticas: 1) todo ente está
sometido a un gobernador supremo y omnipotente, esencialmente justo; 2) la
diferenciaentre bien y mal está en la naturaleza de las cosas; 3) la libertad
del hombre fundamenta su responsabilidad. Además de las dos características
mencionadas se percibe en el lenguaje del teísmo inicial un optimismo propio de
la atmósfera racionalista de la época, como se echa de ver también en el joven
A. Shaftesbury (1671-1713). En oposición al teísmo, que se caracteriza por la
negación de un principio espiritual providente y por la creencia en el azar,
«ser un perfecto teísta significa creer que cada cosa está gobernada, ordenada
o regulada de acuerdo con lo mejor por un principio o por una inteligencia,
buena y eterna» (An Enquiry concerning Virtue or Merit, London 1699, p. 7).
Shaftesbury es por lo demás una muestra de la ambigüedad que acompaña al
teísmo, sobre todo en su primera etapa. Elabora, por una parte, la posibilidad
de un comportamiento ético independiente de la revelación y de toda expectativa
de recompensa o castigo en el más allá, pero al mismo tiempo entiende que «un
cristiano auténtico» tiene que ser «un buen teísta». Ahora bien, el
cristianismo es una de las grandes religiones monoteístas reveladas. De hecho
el teísmo, que nace como un movimiento que pretende ser estrictamente
filosófico, terminará decantándose hacia posiciones teológicas, hasta
identificarse relativamente con el monoteísmo cristiano, bien que extractando
de él contenidos que pueden considerarse propios de una teología natural.
De suyo, sin embargo, las diferencias entre teísmo
y monoteísmo son manifiestas. Se pueden reducir a las tres siguientes: a) en
primer lugar, la noción de teísmo no implica la unidad yunicidad de Dios, como
enseña el monoteísmo, sino que la divinidad, única o múltiple, posea carácter
personal, influya directamente en la naturaleza y en la historia y tenga, no
obstante su diferencia esencial con el hombre, algún tipo de unión con él. b)
Más importante es la segunda diferencia consistente en que, mientras el
monoteísmo de las grandes religiones se funda en la revelación, el teísmo surge
con la pretensión de ser estrictamente filosófico, es decir, de fundamentarse
en la razón humana. c) Muy digna de destacar por último es otra diferencia, que
es de suyo histórica, pero que afecta a la índole de estas concepciones. El
teísmo es un fenómeno moderno y nace en un medio que es tanto cristiano como
raciónalista. Lo que hace, por lo que se refiere a sus contenidos, es
extractar, sistematizar y legitimar —cabría decir, racionalizar relativamente—
un contenido fundamental previamente dado por el cristianismo. El monoteísmo
por el contrario es muy antiguo y nace —trátese del monoteísmo judío, cristiano
o mahometano— en oposición al politeísmo y, en el caso del monoteísmo cristiano
y del mahometano, en oposición a una concepción religiosa que siendo auténtica
y pura en sus orígines, es considerada como infiel a ellos y por consiguiente
como carente de legitimidad. Ello confiere al monoteísmo unos rasgos no
fácilmente identificables en el teísmo, como son, si se toma el monoteísmo
judío como caso paradigmático, el enfrentamiento a todo tipo de politeísmo y de
idolatría, la afirmación de Dios como radicalmente distinto de la naturaleza y
como Señor de la vida y de la muerte, así como la creencia de que la salvación
viene exclusivamente de Dios y de que la comunidad o el pueblo creyente está
con Él en una relación de dependencia esencial a la vez que de intensa
familiaridad.
Estas diferencias habría sin duda que matizarlas y
corregirlas, puesto que por una parte el teísmo es de hecho monoteísta desde el
primer momento, se inspira, en cuanto a los contenidos, en la religión revelada
y se inclina más y más hacia el Dios viviente de la fe religiosa, y por otra
parte hay un monoteísmo filosófico, que surge también en actitud decididamente
polémica contra el politeísmo, como ocurre en los comienzos de la filosofía,
además de que el monoteísmo va a ser legitimado teológicamente mediante una
conceptualización filosófica muy refinada a partir de Platón y Aristóteles
sobre todo.
II. Tres formas de teísmo
De conformidad con lo expuesto hasta ahora es
posible demarcar tres formas de teísmo, el filosófico, el religioso y el
cristiano, del modo siguiente: el teísmo filosófico intenta legitimarse desde
la razón, no desde la revelación, y estructura su doctrina en torno a
contenidos básicos que adquieren diferentes matices, pero que incluyen en todo
caso estos dos aspectos: a) la creencia en un Dios personal y libre, creador y
gobernador del mundo; b) posibilidad de, supuesta tal creeencia, conferir
sentido a la vida mediante el seguimiento de normas éticas racionales,
coherentes con las creencias religiosas. Con el tiempo, el teísmo filosófico va
a adquirir un significado prioritariamente ético, debido sobre todo a la
influencia de Kant. El teísmo religioso presupone por lo general, aunque no
siempre ni necesariamente, la revelación, y se configura por consiguiente desde
la convicción de que Dios ha hablado y comunica sus dones. A partir de aquí el
teísmo religioso encuentra su expresión más propia en la intensificación del
sentimiento de religación a Dios y de las vivencias correspondientes de
dependencia por una parte y de unión con la divinidad por otra. El teísmo
cristiano asume las dos anteriores en cuanto que afirma tanto que los
contenidos de la verdadera religión, siendo sobrenaturales, están sin embargo
en armonía con la razón, como que estos contenidos se actualizan en el hombre,
muy especialmente mediante la voluntad y el sentimiento. Pero el teísmo
cristiano tiene rasgos específicos como son, en primer lugar, la conciencia del
pecado y de la consiguiente necesidad de redención —la mayor o menor
acentuación de este aspecto señala una de las diferencias entre las dos
confesiones, la católica y la protestante—; en segundo lugar, la confianza en
la gracia como principio posibilitador de que la acción humana sea
espontáneamente conforme a la voluntad de Dios; en tercer lugar, la creencia en
Cristo como manifestación suprema y absoluta del Padre y como principio, junto
con El, de la acción del Espíritu. Con lo cual, el teísmo cristiano es
esencialmente trinitario, como se verá más adelante.
El teísmo se relaciona negativamente con el ateísmo
y con el agnosticismo, muy especialmente con el primero. El teísmo nace, en
efecto, para salvaguardar la creencia en Dios en un momento en que la presunta
autonomía de la razón parecía convertir la existencia de Dios en inútil, si no
en imposible. Bajo este aspecto la cuestión está resuelta de antemano, en el
sentido de que se trata de modos de pensar, eventualmente también de obrar, incompatibles.
Pero en los últimos decenios sobre todo se han puesto en juego varios puntos de
vista que cuestionan una demarcación tan nítida. En primer lugar, bajo un punto
de vista más bien práctico y en la línea de un pensamiento marxista se ha hecho
valer que la religión en general, si no es alienante por principio, presenta al
menos dimensiones que dificultan la libertad o su ejercicio. En ese sentido, si
no el ateísmo como tal, al menos la crítica atea estaría parcialmente
justificada. En segundo lugar, el ateísmo estaría igualmente justificado en el
sentido de que no afecta propiamente a la existencia de Dios ni tampoco a su
cognoscibilidad, sino a un determinado concepto de Dios, cuestionable como
cualquier otro, mucho más en este caso, puesto que todo concepto es no sólo
insuficiente sino inadecuado para expresar una realidad infinita y
absolutamente perfecta como es la divina. En tercer lugar, el fenómeno del
ateísmo va unido a la existencia de profundos cambios históricos, que tienen
lugar sobre todo en la época moderna, y en cuya iniciación el hombre se siente
protagonista de todo un nuevo modo de pensar, sentir y obrar, sin que le sea
consciente la profunda finitud en que está inmerso constitutivamente, y cuya
percepción es correlativa a la apertura a lo transcendente como tal. Si el
hombre no se siente finito y limitado,difícilmente se hará eco de la presencia
de lo infinito.
El fenómeno del ateísmo tiene que ver también, por
otra parte, con etapas que colectividades enteras viven expuestas a una
realidad que les resulta enteramente opaca, si no absurda, nada transparente
por tanto para el acceso a lo divino; o bien el ateísmo resulta más bien de
estados de ánimo individuales que dificultan al máximo la percepción de
cualquier realidad que exceda el ámbito de los intereses materiales. En
definitiva, son aspectos que no sólo explican que se dé el ateísmo, al margen
de que éste tiene además este o aquel carácter específico, sino que en la misma
medida hace ver la endeblez de la construcción teísta, sobre todo bajo el punto
de vista estrictamente conceptual. De ahí que sobre todo en este siglo se haya
desarrollado un antiteísmo más o menos intenso, en cuanto que la afirmación
inequívoca y hasta contundente de Dios puede ir acompañada —de hecho lo está en
muchas ocasiones—de un modo de actuar que es en realidad negador de Dios, en
tanto que por el contrario, una actitud atea puede entrañar de hecho un
implícito reconocimiento de Dios, en cuanto que acepta la vigencia de
realidades absolutas de signo positivo, y sobre todo en cuanto que su
comportamiento ético se atiene a normas que remiten de por sí a un fundamento
incondicionado.
El teísmo, que en sus orígenes fue un intento de
salvar lo esencial, ha terminado siendo problemático por un exceso de conceptualización.
Sus puntos frágiles han quedado una y otra vez de manifiesto no sólo por la
persistencia del ateísmo, al que no ha podido contrarrestar, sino por la
reiterada aparición de otro fenómeno muy típico de la época moderna, el
agnosticismo. Entendido como la doctrina según la cual lo que transciende el
ámbito de la experiencia no es cognoscible, el agnosticismo no es aceptable
para el teísmo y ha sido rechazado por él una y otra vez, tanto más cuanto que
el teísmo se ha caracterizado desde el comienzo como una corriente que hace
valer el concepto en el lenguaje sobre lo divino. Pero por otra parte el
agnosticismo representa una dimensión de la forma como el hombre moderno se
relaciona con el misterio. Se ha tomado conciencia, en efecto, de que todas las
conceptualizaciones, tanto las racionales como las estrictamente teológicas, se
revelan como inadecuadas en contraste y en relación con la realidad
transcendente que pretenden expresar. Ello no significa que se recaiga
necesariamente en el relativismo, sino que el lenguaje se imponga la tarea de
revisar críticamente sus posibilidades de forma que, previa conciencia de sus
limitaciones, a través de él se transparente el misterio. Fr. Luis de León fue
sin duda en su época un ejemplo de lo que puede ser ese tipo de lenguaje.
Tanto el antiteísmo como el agnosticismo ponen de
manifiesto, por distintas vías, la insuficiencia de un teísmo conceptual, sea
filosófico' o teológico, y la exigencia de un teísmo que haga patente la
presencia de Dios vivo, de un teísmo trinitario por tanto. La razón de que sea
así es que si el teísmo significa la creencia en un Dios personal que se hace
presente, no de cualquier manera, sino tal como es en sí en el mundo y sobre
todo en el hombre, será precisoentender esa presencia en el grado de la máxima
intensidad, es decir como absoluta comunicación de Dios mismo, que no toma al
hombre como simple lugar de su manifestación sino que lo dignifica
infinitamente mediante el despliegue en él de su propia vida, que es Padre,
Hijo y Espíritu. La polémica radical contra el teísmo, bata el punto de haberse
llegado a constituir una especie de antiteísmo militante, tendría así como
sentido la búsqueda de un teísmo auténtico, aunque ello no siempre ocurra de
manera consciente. En todo caso esto no debiera inducir a pensar que las
motivaciones del teísmo inicial se diluyen hasta perder toda vigencia. Si el
exceso de conceptualización se ha vuelto problemático, queda sin embargo el
postulado de racionalidad, que se opone a que en la religión tengan lugar la
milagrería, la superstición o el fanatismo, a la vez que fomenta el compromiso
en favor de una vida digna de ser vivida.
[-.> Agnosticismo; Ateísmo; Autodonación;
Deísmo; Dualismo; Espíritu Santo; Filosofía; Gracia; Jesucristo; Misterio;
Monoteísmo; Padre; Panteísmo; Politeísmo; Religión, religiones; Revelación;
Salvación; Teología y economía.]
Mariano Álvarez Gómez